FERMENTACIÓN ESPONTÁNEA
CUANDO LA NATURALEZA SE OCUPA DE TODO
Si has tomado un buen puñado de cervezas a lo largo de tu vida, seguro que las palabras lager y ale te resultan bastante familiares. Sin entrar en tecnicismos, son los dos tipos principales de fermentación en la cerveza, y dividen el surtido de estilos cerveceros existentes en dos grandes familias.
Las cervezas tipo lager fermentan a temperaturas de entre 4 y 10 grados centígrados, la fermentación se produce en la parte inferior del líquido, y por lo general las cervezas resultantes son limpias y delicadas. Por el contrario, las cervezas tipo ale fermentan en la zona alta del líquido y a una temperatura algo superior, de entre 15 y 25 grados, y resultan más aromáticas e intensas. Pero esto no es todo, existe otro tipo de fermentación, y por tanto otra gran familia de estilos cerveceros, no tan conocido pero muy apreciado por los amantes de la cerveza. Ya os lo contamos brevemente una vez, pero merece una explicación en condiciones.
Sin embargo en Bélgica, y más en concreto en la región del valle del Senne en los alrededores de Bruselas, el proceso de fermentación de las cervezas allí producidas es algo más salvaje, rudimentario y menos controlado de lo que cabría esperar. Una vez acondicionado el mosto del que surgirá la cerveza, este es llevado a grandes cubas abiertas y poco profundas, donde se enfría durante unas horas al contacto con el aire. Las levaduras de cerveza silvestres y los microorganismos volátiles presentes en el ambiente, tales como Brettanomyces o Lactobacillus, colonizan el líquido que es pasado a continuación a barricas donde la fermentación prosigue incluso durante años. Se obtienen así cervezas de marcado carácter ácido, muy peculiares y con una amplia tradición en Bélgica.
Los orígenes de esta llamativa forma de elaborar cerveza se remontan a hace más de 400 años, y todo indica que las primeras elaboraciones tuvieron un carácter más accidental que intencionado.