El sabor de la Aljafería
Un homenaje a uno de los mayores ejemplos de arte taifa de la Península
Alrededor de dos millones de personas visitan cada año –con el pequeño paréntesis marcado por la pandemia– la Mezquita de Córdoba y la Alhambra de Granada. Sin embargo, muchos ignoran que con esas dos visitas queda incompleta su experiencia de la arquitectura hispanomusulmana, ya que la tríada debe cerrarse, indiscutiblemente, con el Palacio de la Aljafería de Zaragoza.
Construido en el siglo XI como palacio de recreo de los reyes musulmanes que gobernaban la taifa de Sarakusta, la Aljafería constituye una verdadera joya arquitectónica, considerada por ello como una de las cimas del arte hispanomusulmán junto a sus “hermanas” de Granada y Córdoba.
Llamada originalmente Qasr al-Surur o “Palacio de la Alegría”, esta fortificación refleja el esplendor alcanzado por el reino taifa en el periodo de su máximo apogeo político y cultural. Su importancia radica, precisamente, en que se trata del único testimonio conservado de un gran edificio del arte hispanomusulmán de la época de las taifas, esa etapa intermedia de reinos independientes anterior a la llegada de los almorávides. De hecho, los restos mudéjares del palacio de la Aljafería fueron declarados individualmente Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1986, como parte del conjunto “Arquitectura mudéjar de Aragón”.
Tras la reconquista de Zaragoza en 1118 por Alfonso I el Batallador, el palacio pasó a ser residencia de los reyes cristianos de Aragón, con lo que la Aljafería se convirtió en el principal foco difusor del mudéjar aragonés. En los siglos siguientes se sucedieron las reformas y las vivencias en el Palacio, siendo residencia de diversos monarcas y siempre como símbolo de la ciudad a lo largo de episodios tan relevantes como los sitios de Zaragoza durante la Guerra de la Independencia, que dejaron en la construcción numerosas cicatrices.
Remodelado por última vez hace 25 años, el Palacio de la Aljafería certificó su estatus de símbolo de Zaragoza al convertirse en sede de las Cortes de Aragón, cuyo cuarenta aniversario acaba de celebrarse el pasado diciembre. Y ahora, además, mil años después de su construcción, el sabor de la Aljafería se puede paladear a través de una bebida tan popular como es la cerveza.
Aragón, en seis naranjos
Uno de los rincones más hermosos del Palacio de la Aljafería es el jardín de naranjos de su patio, cuyos seis árboles frutales riegan dos albercas. De esas naranjas nace la última Ambiciosa Ambar, de la célebre compañía cervecera que es también, por sí misma, otra institución de la ciudad y que te invitamos a descubrir en la visita a la fábrica de cerveza Ambar.
Elaborada así con naranjas del único palacio conservado del arte taifa, Ambar Azahar de la Aljafería busca transmitir las sensaciones que se respiran en este delicado jardín y, al mismo tiempo, ahondar en el ir y venir de las distintas civilizaciones que han habitado el Palacio de la Aljafería, convertido hoy en lugar de expresión de la voluntad popular de Aragón.
Ambiciosas Ambar es la colección de cervezas más independiente y premiada de Cervezas Ambar, con pequeñas producciones que nacen de la ilusión por conservar su saber hacer centenario a través de composiciones creativas, arriesgadas y de carácter temporal. En el caso de su nueva propuesta, Azahar de la Aljafería, el desafío ha estado en utilizar la naranja en su totalidad: lo que está por fuera, entremedias y en su interior. “Hemos conseguido extraer todo lo que esas naranjas tienen para nuestra cerveza: la acidez de su zumo, la frescura aromática del su corteza exterior y la sutileza balsámica de su albedo” confiesa Antonio Fumanal, maestro cervecero de Ambar.
Para su elaboración, se han incorporado las naranjas que nacen en el jardín del palacio, tan ácidas como intensamente aromáticas. Una a una, manualmente, se han preparado para dirigir el potencial de cada parte a una de las fases de elaboración de esta cerveza. La ralladura exterior, para obtener los aromas más volátiles. Su interior una vez exprimido en forma de zumo, se ha añadido a la primera fase de la cocción. Por último, la parte más blanca de la naranja, el albedo, también cumple una función ya que es el lugar donde se encuentran las notas más profundas del aroma de la naranja, una vez seco y molido, se ha unido al lúpulo durante la ebullición de la cerveza.