ÉRASE UNA VEZ LA CERVEZA; UN PASEO RÁPIDO POR 20.000 AÑOS DE HISTORIA

Acompáñanos en este refrescante viaje por el tiempo

Autor: Jorge Coscarón.

Érase una vez...la cerveza

De la antigua Babilonia a la revolución industrial y pasando por el medievo, la historia de la cerveza es la historia de nuestra civilización. Acompáñanos en un refrescante viaje por el tiempo en el que aprenderás cosas nuevas completamente intrascendentes en tu vida diaria, pero que quizá te ayuden a ganar una futura partida de Trivial.

 

Para situarnos correctamente en los controvertidos orígenes de la cerveza, hemos pedido ayuda a Antonio Fumanal, maestro cervecero (de Ambar, claro) que nos asegura que “en general se puede afirmar que se han encontrado restos de cerveza en China hace 7.000 años, pero el origen se sitúa más atrás. La cultura del uso de cereales tiene por lo menos 19.000 años. En esa época tan remota es difícil distinguir entre semillas cultivadas, salvajes o algo intermedio. Pero si alguien se toma el trabajo de recogerlas es porque sabía cómo utilizarlas, probablemente en algo que evolucionó y que se acabaría llamando cerveza”. ¡Perfecto! Gracias Antonio. Seguimos.

 

Saltamos 2.000 años en el tiempo y aterrizamos al sur de Babilonia, entre el Tigris y el Éufrates, donde la Biblia situó el Paraíso. En esas fértiles praderas se instaló la civilización sumeria que, en la receta escrita más antigua que se conoce, alaba a la diosa Ninkasi, cuyo nombre significa “aquella que llena las bocas”. Ninkasi enseñó a la humanidad a hacer cerveza, que entonces se llamaba ‘Kas’. Ninguna relación, que sepamos, con el de naranja o limón.

 

Los egipcios, listos ellos, se subieron al carro cervecil en la Primera Dinastía, allá por el 3100 a. C. Más sana que el agua, se convirtió rápido en parte importante de su cultura y la bebía desde el faraón hasta el más humilde campesino. Les gustaba tanto que querían disfrutarla incluso en la otra vida y por eso en las tumbas egipcias se encontró “cerveza que no se agria” y “cerveza para la eternidad”.

 

Los griegos y los romanos, fans acérrimos del vino, nunca se aficionaron del todo a la cerveza. Pero Plinio, en su Historia Natural, escribe que “la población de Europa occidental tiene un líquido hecho de cereal y agua. La gente de Hispania en particular lo fabrican tan bien que se mantiene mucho tiempo en buen estado”. Si es que ya se veía que este oficio se nos iba a dar fetén.

 

Pocos avances en la historia cervecera podemos encontrar hasta la Edad Media, donde los Monasterios eran los principales centros productores, para su propio sustento y para el alivio del sediento viajero. A principios del siglo IX, en St. Gallen (Suiza), está documentada la primera producción “industrial” y a partir del siglo XII, el uso del lúpulo cambia radicalmente la elaboración de la bebida. La introducción de la amarga flor en la bebida, que ahora forma parte los ingredientes básicos en la elaboración de la cerveza se atribuye a Hildegarda de Bingen, que fue la primera en dejar testimonio por escrito del poder conservante y antiséptico de la planta en la bebida.

Se puede afirmar que se han encontrado restos de cerveza en China hace 7.000 años, pero el origen se sitúa más atrás.

Un hecho importante tiene lugar en 1516: se establece la “Ley de la pureza” en Bavaria, que aún se mantiene en vigor hoy en día. Esta ley establecía que la cerveza se podía hacer solo con cebada, lúpulo y agua. Más tarde se añadiría también el trigo, en un alarde de benevolencia. Un año después, con el desembarco de Carlos I y su corte en España, comienza a extenderse su consumo en nuestro país.

 

Con la Revolución Industrial se moderniza también la fabricación de cerveza. Varios factores contribuyen a ello como la refrigeración comercial, la distribución vía ferrocarril, el embotellado automático y la Pasteurización. Sí, en 1876 Pasteur desentraña los secretos de la levadura en los procesos de fermentación para lograr estabilizar la cerveza, 22 años antes de que esto fuera aplicado a la leche. El francés tenía claras sus preferencias, por lo visto.

 

Por toda Europa y Estados Unidos desde finales del XIX, las empresas cerveceras construyeron grandes imperios comerciales con las ales y las lagers como estilos de preferencia. Mientras en 1900, fruto de la inspirada idea de un grupo de amigos para dar una salida a la abundante y excelente cebada de Aragón se fundaba La Zaragozana, una fábrica de cervezas de altísima calidad.

 

Las guerras mundiales o la Ley Seca en Estados Unidos supusieron cambios drásticos en la producción y distribución cervecera, que pronto vio como los norteamericanos se hacían los mayores productores del mundo. Y en 1935 se produce otro acontecimiento: la invención de la lata de cerveza en Richmond, Virginia, que mejoró sus costes, transporte y almacenamiento.

 

En la época moderna hemos vivido un cambio en las costumbres de la sociedad: en los ochenta en España se igualó por fin el consumo entre vino y cerveza. También el boom de las microcervecerías y la cerveza artesana, además de avances científicos como la cerveza sin alcohol, que Ambar introdujo por primera vez en nuestro país allá por 1976. La compañía aragonesa sería en 2011 también pionera mundial en elaborar la primera cerveza del mundo sin gluten y sin alcohol.

 

El futuro cervecero está por conocer, pero pasa por cambios en el proceso de fabricación y por frigoríficos robot que nos busquen por la casa para llevarnos una botella fresquita (no es broma, Panasonic está desarrollando esta idea). Desde aquí nosotros proponemos a los científicos que se centren en inventar una cerveza que no deje resaca y otra que al beberla tengas la sensación de haberte comido un churrasco con patatas fritas. Ahí queda eso.

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