La historia de por qué se pasó de botellín a lata de cerveza

¿POR QUÉ SE PASÓ DE BOTELLÍN A LATA?

VIAJAMOS EN EL TIEMPO PARA CONOCER LA HISTORIA DEL BOTELLÍN Y LA LATA

Autor: Javier Márquez Sánchez

Transporte botellines La Zaragozana

El mundo se divide en dos tipos de personas, los que prefieren lata o botellín de cerveza, y ya hemos comentado por aquí las características de ambos formatos. Sin embargo, la próxima vez que disfrutes en casa de tu cerveza favorita recuerda que hace apenas un siglo no hubiese sido algo tan sencillo, ¿quieres saber por qué?

A comienzos del siglo XX la cerveza comenzaba a extenderse por muchas zonas donde tradicionalmente no había estado muy presente. Sin embargo, la emigración auspiciada por la revolución industrial hizo que creciese la demanda de esta bebida por todo el mundo, especialmente en Estados Unidos (donde la producción pasó de 750.000 barriles en 1850, a 39 millones en 1900). Pero lo que por un lado podía ser una gran noticia para las numerosas cerveceras emergentes por otro lado constituía un doble problema: la producción en masa y el transporte a distancia.

La solución vino por un esfuerzo de investigación para desarrollar un vidrio más resistente, de color marrón además, que a modo de gafas de sol protegían el lúpulo de su archienemigo: los dañinos rayos ultravioletas (tras la segunda guerra mundial, ante la escasez de vidrio marrón, muchos fabricantes apostarían por el de color verde, aunque no resultaba tan efectivo para esos fines). Además, poco antes, la empresa norteamericana Crown Holdings había presentado los tapones de corona como opción para sustituir a los de corcho, habituales hasta el momento.

Haciendo una pequeña pausa, y un guiño a la propia historia de Ambar: La Zaragozana fue de las primeras fábricas en incorporar esta novedad en España y en 1928 adquirieron la primera taponadora. Queda lejos, ¿verdad? Bien, ya podemos continuar.

Mientras solo hubo que abastecer al pueblo o a la ciudad de turno, habitualmente con la cerveza transportada en carros de tiro, no hubo problema, pero de pronto, al dispararse la demanda, no solo había que producir en grandes cantidades, sino además enviar remesas a más de cincuenta kilómetros en unos primeros camiones de motor bastante precarios y por unas carreteras poco confortables.

 

Como conclusión, las botellas se rompían por doquier, bien en el embotellado, durante la pasteurización o a lo largo de su distribución.

Sin embargo, por más resultonas que hubieran quedado las botellas, el transporte seguía siendo un problema, teniendo en cuenta además que una vez enviadas las remesas había que recuperar más tarde las botellas vacías para reutilizarlas. Fue entonces cuando entró en juego Gottfried Krueger, un emigrante alemán que había estado trabajando en el sector cervecero hasta crear su propia compañía, la Gottfried Krueger Brewing Company. Al frente de ella pasó tres décadas experimentando en busca de un envase desechable de bajo coste que solventara el problema del transporte a larga distancia.

 

Si bien ya había bebidas en lata desde 1909, el problema con la cerveza era que no podían soportar la presión del gas carbonatado y llegaban a explotar, por no hablar de las posibles reacciones químicas de la cerveza al contacto con el metal. Pero la American Can Company, socia de Krueger en aquella aventura, solucionó la cuestión recubriendo el interior del recipiente al igual que se hacía con el barril de cerveza, evitando así el riesgo de explosión.

 

Ante la falta total de confianza del sector, la Gottfried Krueger Brewing Company lanzó en enero de 1935 la primera remesa de latas de cerveza en Richmond, Virginia, y superó con mucho sus expectativas: solo aquel año se vendieron más de 200 millones de unidades (entre la Krueger y otras cerveceras que se subieron al carro), y para 1936 la patente ya se había extendido por Europa. Lamentablemente el señor Krueger no pudo disfrutar de aquel primer trago de cerveza en lata, pues había fallecido unos años atrás.

Más ligeras, baratas, fáciles de almacenar y de trasladar (y sin tener que devolverlas o pagar el envase), aquellas latas seguían teniendo un problema: su apertura poco cómoda y ágil. La solución la puso en 1959 el empresario Ermal C. Fraze, que tras verse obligado a recurrir al parachoques de su coche para abrir su ansiada cerveza tuvo la idea de patentar una lata con una argolla superior que, al tirar de ella, permitía disfrutar del refrescante trago sin necesidad de abridor.

 

Y hasta aquí nuestra clase de historia de hoy. No está mal conocer cómo nacieron los formatos que hoy nos transmiten tanta alegría. Si os habéis venido arriba y queréis convertíos en historiadores cerveceros aquí os dejamos un breve (muy breve) repaso por la historia de la cerveza, nuestra bebida favorita.

 

Ahora sí que sí, cada vez que tengas un botellín o una lata de cerveza en la mano, puedes parecer todo un entendido del mundo cervecero contando esta historia.

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